lunes, 22 de noviembre de 2010

“Cetmemanía”: El clásico y robusto CETME es mucho más que una pasión

Muchos de los que siguen esta revista realizaron la mili con él. Algunos, incluso, tuvieron la oportunidad de llevarlo en acciones de combate o en misiones que preveían un uso más que posible. Otros, han conocido de sus cualidades oyendo a los más mayores o documentándose con textos ya casi añejos. Ese colectivo incluye aún muchos aficionados a las prestaciones y capacidades de un diseño que, poco a poco y sin olvidar el valor sentimental que tiene para un amplio sector de la ciudadanía española, se ha convertido en toda una referencia internacional y ha entrado, por los valores que le son intrínsecos, en el grupo de los fusiles más conocidos, y valorados.
Texto: Octavio Díez Cámara / Fotos: autor (salvo indicadas)
* Este artículo incluye 22 imágenes con sus correspondientes comentarios en la edición impresa del número 326.
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Nos referimos al CETME C, arma que recogía en su designación las siglas del Centro de Estudios Técnicos y Materiales Especiales, de cuyos tableros de diseño surgió hará pronto seis décadas. En su gestación mucho tuvieron que ver algunos técnicos alemanes que, tras la finalización de la II GM, se refugiaron en España. Eran tiempos difíciles, tanto que en la elaboración de los primeros prototipos se usó chapa de bidón de combustible, pues no se disponía de otras con grosor homogéneo.
Aquel primer esfuerzo, espoleado por el entonces Ministerio de Guerra, permitió que el modelo A viese la luz, después de diversos conceptos y pruebas, en 1952, siendo oficialmente adoptado cinco años después. Luego, vendrían las variantes B y C –este último, adoptado en 1964 y aún en uso por parte de unidades militares y policiales– y algunos de tipo experimental, los E en los que ya se contaba con culata y guardamanos de plástico.

Historia con mayúsculas

Durante las muchas décadas que los CETME A, B y C han permanecido en servicio en España destacó siempre su robustez, funcionamiento casi impecable y potencia, la que le aportaba el cartucho del 7,62×51mm para el que fue recamarado tras validar opciones como el experimental 7,92×40. Otros países lo han adquirido, pero lo más significativo proviene del acuerdo por el que se cedió la manufactura a la firma germana Heckler & Koch (HK), compañía que supo comercializado bajo la designación genérica de G-3, promoverlo internacionalmente y venderlo a una treintena de naciones, algunas de las cuales aún lo siguen usando en la actualidad.
Partiendo de esas referencias, que tuvieron una primera inflexión en los ejércitos españoles cuando en 1987 comenzaron a comprarse los CETME L/LC del calibre 5,56×45 mm y más recientemente en la adopción de los HK G-36, nos centraremos en lo que es su empleo deportivo. Sabemos que ya hace varias décadas comenzaron a distribuirse algunos ejemplares provistos con mecanismos de disparo semiautomáticos y un sistema de puntería con alza más evolucionada, los CETME C Sport. Parece que los más fueron a parar a diversos mercados, especialmente a los Estados Unidos, donde esa opción alcanzó un cierto interés, tanto que es una de las referencias a la evolución histórica de las armas largas deportivas en el museo que la National Rifle Association (NRA) tiene en las proximidades de Washington DC, la capital Federal.
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Fue en los años noventa, cuando aparecieron CETME C “civilizados” en nuestro mercado interior, coincidiendo con el mal momento económico que vivía la Empresa Nacional Santa Bárbara (ENSB), la que durante décadas los había fabricado y comercializado. En sus almacenes había muchos nuevos a los que no había podido dar salida comercial y unos pocos fueron modificados, en sus mecanismos para adaptarlos al Reglamento de Armas vigente en España y posibilitar su uso por parte de civiles. No tuvo una gran aceptación, pues su precio era de unas ciento setenta mil pesetas de la época, lo que no lo hacía especialmente atractivo para el gran público.

Por esas fechas comenzamos a leer algunos artículos, publicados en conocidas revistas estadounidenses, sobre los CETME que se distribuían en el mercado yanqui, a raíz de que la compañía Century Arms comenzase a ofertar ese fusil entre los tiradores de su país. La envidia que podía producir a algunos aquella posibilidad se centraba más aún en su precio, de poco más de trescientos dólares. En una de aquellas pruebas, en las que se le comparaba con su homónimo G3, resultó que el español tuvo un mejor comportamiento, con agrupaciones que eran mejores que las del alemán y, usando municiones Black Hills, se situaban alrededor de 1,5 MOA (Minute of Angle) de media, con algunas –sorprendentemente– inferiores.

Aquellas referencias quedaron impresas en mi memoria y aún hoy las tengo muy presentes. Realicé el servicio militar con este fusil, aunque en un año sólo efectué dieciocho disparos. Analizándolo desde una perspectiva ya lejana, parece totalmente ilógico formar a un soldado con sólo veinte disparos, pero aquella fue la realidad. Una sola vez al tiro durante la fase previa de instrucción y ninguna ya en el destino, aunque fuese el Estado Mayor de una conocida Capitanía General.
Mi afición a las armas ya la había comenzado a forjar antes de ese período, por lo que aquella experiencia no la puedo considerar como positiva. No obstante, fue a partir de entonces cuando comencé a viajar a distintos países, ferias y muestras de armamento, dando lugar, poco a poco, a un mejor acercamiento a las armas que se emplean en el mundo.

A día de hoy, he tenido la oportunidad de probar varias decenas de ellas y algunas de forma especialmente intensa; en más de un caso las evaluaciones incluyeron el disparo de varios miles de cartuchos.
En esa evolución histórica personal no dejé de recordar al CETME C. ¡No sé por qué!. Es pesado, duro, sólido, nada ergonómico, transmite unas sensaciones casi desagradables al dispararlo… pero tiene algo que también ilusiona y da satisfacción.

Fue ahora hace unos pocos años cuando comenzó a difundirse por distintos foros la pronta llegada de esos fusiles al mercado civil. Una empresa bilbaína estaba en contacto con General Dynamics Santa Bárbara –ENSB había sido “engullida” por el conglomerado industrial estadounidense– para adquirir un lote importante de los CETME C que permanecían en sus almacenes y a los que no se podía dar salida comercial. Aquel proyecto, que tardó algún tiempo en fructificar por diversos problemas y trabas administrativas, derivó en una versión específica para el mercado civil: recamarada al .307 Winchester –pues, oficialmente, las armas semiautomáticas del .308 Winchester están vetadas a los deportistas civiles–, con un acabado exterior de color gris en la parte central de su cajón de mecanismos, integrando un cargador limitado de acorde con la legislación de caza y contando con un pistolete modificado, para evitar que se pudiese reemplazar por uno original y se consiguiese dispararlo a ráfagas.

Tras obtener los “beneplácitos” de la Administración –parece ser que incluso se tuvo que incluir una autorización del Ministerio de Defensa que daba “visto bueno” a su “civilización”– comenzaron a distribuirse. La aceptación general fue excepcional y en unos pocos meses se vendieron varios cientos de ellos, o, posiblemente, algún millar. Su precio era de 700 € –se acordó con el distribuidor que todas las armerías lo vendrían al mismo coste para no crear “tensiones” en el mercado–, un detalle que propició que muchos lo compraran, incluso aquellos a los que su diseño no parecía tener un especial atractivo. Era el “fusa” español, y eso ayudó. Poco a poco, la situación fue cambiando, y, copado el mercado inicial, las ventas decayeron para situarse ahora en un estadio casi residual, aunque en algunos puntos de venta han actuado en consecuencia y puede obtenerse nuevo por 550 euros.

Transformación táctica

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La “cetmemanía”, como hemos titulado este artículo, va más allá de sentimientos o atractivo, incluso genera en más de uno pasiones. Tenerlo, desmontarlo y volverlo a montar, dispararlo, sentir sus efectos sobre el blanco y las sensaciones que transmite sobre el hombro, son curiosidades difíciles de describir, pero especialmente atractivas para la mayoría.
Lo que sí es verdad es que el diseño de los CETME C, con casi seis décadas a sus espaldas, no es nada actual ni ergonómico. Para paliar lo que algunos consideramos efectos de una larga y dilatada vida operativa pueden incorporársele diversas soluciones y complementos que, sin incurrir en ilegalidades, amplían sus capacidades y le dan un aspecto mucho más actual.

Para ello, sólo hay que añadir determinados accesorios, proceso que no es complejo ni costoso. Bastantes aficionados españoles, amén de armerías, están adquiriendo esos productos y trayéndolos a España, por lo que durante los dos últimos años ha sido posible comprarlos sin excesiva dificultad. Ahora las cosas no están tan fáciles, pues la llegada de Obama a la presidencia estadounidense ha dado lugar a una eclosión de ventas en su mercado interior que hace que distinta piecería sea difícil de conseguir.

Tomando como base el proyecto original de este rifle deportivo y semiautomático, me puse a pensar en qué versiones podrían generar un mayor nivel de satisfacción. Pronto me acordé de un fusil compacto, basado en el FAL, que disparé cuando visité la firma DSA Arms. Pensé ¿Por qué no hacer lo mismo con el diseño español? Sólo se tenía que acortar el cañón para adaptarlo, dentro de los límites del Reglamento, a una longitud superior a los treinta centímetros y manteniendo la total por encima de sesenta.

Encargué el proyecto a una conocida armería española y en ello están, aunque deberán preparar una documentación para obtener la pertinente autorización administrativa que les permita modificar las características de longitud iniciales. El proceso se ha ido dilatando, aunque no desespero en tener algún día una versión compacta que, personalmente, encuentro más equilibrada y más acorde con los tiempos actuales, amén de ser más ligera y manejable para facilitar su uso en sesiones cinegéticas o su transporte hasta el campo de tiro.

En espera de que pueda contar con ella, lo que he hecho es modificar otros para dar lugar a uno que se asemeja más a un arma táctica de intervención y otro que ofrece prestaciones similares a los rifles de precisión de tipo semiautomático.
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Para procurarme la primera, pensé qué podía añadirle y cómo podía quedar mi idea. Desmontar el original fue la parte inicial del proyecto y la segunda el buscar aquellos complementos que, desde un punto de vista lógico y racional, se le podían añadir. Como que el color grisáceo que caracteriza a los fusiles que ahora se distribuyen no me gustaba, pensé que lo más natural era pintarlo. Tras analizar diversas opciones, me decanté, por su facilidad de aplicación y costes reducidos, por conseguir unos sprays de pintura Krilon, que están disponibles en varios tonos. Mi idea era aplicar en todo su exterior una base de color arena clara e incluir después unas manchas negruzcas y en marrón oscuro, dándole un aspecto “desértico” que podría ser especialmente interesante. Finalmente, y dado que lo que buscaba era una versión de carácter “táctico”, me decanté por el clásico negro, pues los complementos tenían ese mismo color y el resultado final podría ser más lógico.

El proceso de pintura es especialmente fácil. Tras limpiar cualquier residuo de aceite, lo que hay que hacer es aplicar, en un lugar ventilado –es recomendable al aire libre–, la pintura del spray a las diferentes piezas. En una hora están completamente secas, por lo que opté por una segunda capa que permite subsanar alguna pequeña imperfección de la primera –sobre todo si no se tiene práctica con el uso de esa técnica– y que el grosor sea mayor. La verdad es que es de lo más fácil. Hay opciones más resistentes, pero más costosas; con el Krilon, se puede reparar, con suma facilidad, cualquier raya o arañazo realizado como consecuencia del uso.

Como había desmontado ya el rifle, situé, sustituyendo el guardamanos original de madera –que por cierto presentaba un veteado especialmente atractivo respecto al que yo recordaba de mi época militar–, uno adquirido a FAB, empresa israelí que ofrece distintos complementos bien resueltos y con un precio más que atractivo. Se trataba de una pieza de aluminio con tres raíles estandarizados de tipo Picatinny en sus dos costados y en la parte inferior. Se sujeta, empleando los anclajes originales, sin problemas y en un par de minutos queda listo para ser usado.

Sobre el cajón de mecanismos original, y dado que los elementos de puntería que incorpora no son lo que más me atrae de esta opción, opté por situar un soporte que me permitiese fijar módulos de puntería óptica u optrónica. Con varias propuestas en mis manos, recurrí a una montura nacida para los subfusiles MP5 que es muy compacta, especialmente ligera al estar manufacturada en aluminio, cuesta poco más de 50 euros y queda muy pegada al arma. Para mi CETME C “táctico” opté por un módulo de puntería de punto rojo y origen sueco. Había visto unos G3 modificados por las fuerzas noruegas para su servicio en Afganistán que incorporaban el sólido y efectivo Aimpoint CompM4, modelo que además de sus 80.000 horas de duración de las pilas es estanco, compacto y nada pesado. Esa era la opción que más me gustaba. Situado en su lugar, le añadía un toque de modernidad nada desdeñable, facilitando el encare y la puntería en situaciones dinámicas o estáticas; además, se puede retirar de su posición original, para, volviéndolo a colocar en el mismo lugar, volver a usarlo sin perder el punto de impacto obtenido en la primera regulación.

La culata original, de madera, puede reemplazarse por otra idéntica de material plástico, pues las de color negro y verde ya han llegado a nuestro país. Personalmente, opté por una TAPCO que es extensible e idéntica a la que usan los fusiles M4 estadounidenses. Sólo hay que modificar ligeramente la varilla del muelle recuperador, pues se fabrica originalmente para los G3, y situarla en su lugar. Añade un aspecto muy funcional y se le puede fijar una cantonera de goma para facilitar el apoyo en el hombro del tirador y reducir el retroceso. Al ser extensible, es del todo legal. En su configuración más reducida tiene unas dimensiones casi idénticas a las de la original, aunque puede alargarse más para adaptarse mejor a aquellos que, por su estatura o corpulencia, puedan requerir ese cambio.

Otra aportación viene del CETME A. Convenientemente reducido en su capacidad original para acoger treinta cartuchos en su interior, el cargador de aquel fusil da un aspecto que es, desde el punto de vista estético más impactante, detalle que se aprecia perfectamente.


El resultado final, como los lectores podrán comprobar en las imágenes que acompañan estas páginas tiene un aspecto más que interesante. Para mejorarlo, equipé ese modelo con un iluminador láser de la firma Laser Devices, una de las actuales líderes del sector, y con una empuñadura pistolete que también es de FAB. Aunque es especialmente voluminosa, por lo que su sujección no es la mejor entre las diferentes opciones que se ofrecen en la actualidad; tiene, como contrapunto, una ventaja que hay que tener en cuenta. Presionando en sendos pulsadores proyecta dos patas metálicas extensibles y regulables, con lo cual se consigue un mejor apoyo para usar el arma desde posiciones fijas, un detalle que ha llamado la atención ya de muchos militares españoles, y de otras naciones, que usan el mismo sistema en Afganistán.

Precisión semiautomática

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En mi devenir profesional había tenido la oportunidad de ver y probar algunos derivados de los G3, tanto en mis visitas a HK USA como en otras a unidades policiales españolas y extranjeras. Los G3 SG/1, MSG-90 o PSG-1 eran derivaciones, más o menos complejas, del HK G3, todas ellas adaptadas a lo que eran conceptos que buscaban obtener una precisión mayor que la característica de un fusil clásico.

Yo sabía, por las pruebas estadounidenses a las que antes he hecho mención, que el CETME C no era nada malo en ese aspecto, aunque tampoco era un arma netamente de precisión. Por ese motivo, opté por una configuración intermedia que aprovechaba algunos cambios introducidos en algunos de esos fusiles. Con las opciones disponibles, y sin poder cambiar el cañón –un precepto que condiciona bastante–, lo que hice fue adaptarlo desde el punto de vista operativo y estético a lo que podría ser un rifle de precisión. Hacía un tiempo había comentado el tema con los especialistas de la Unidad de Operaciones Especiales (UOE) de la Armada, pues ellos consideraban una opción similar para poder realizar fuego preciso de cobertura desde los helicópteros que apoyaban algunas de sus opciones.
Entonces comencé a trabajar. Volví a valorar las opciones de la pintura. Casi estuve a punto de darle un acabado exterior con camuflaje de tonos verdosos, aunque al final, y buscando que visualmente fuese menos agresivo, opté por el tono negro. Tenía ya el bote de Krilon abierto y lo había probado en el otro fusil, pues adelante me dije. Tras la pintura, que como he apuntado es un proceso sencillo y con unos resultados más que positivos, comencé el acopio de piezas con las que transformarlo.
El guardamanos que le instalé, similar al del otro rifle, incorporaba tres raíles Picatinny. La idea esa usar uno de ellos para algún sistema de iluminación mixto, luz y láser, que pudiese servirme para apuntarlo en condiciones de luminosidad adversas y el inferior para situar un anclaje donde fijar un bípode. Por peso, me decanté al final por esta última solución, incorporándole un Harris de patas extensibles que, personalmente, encuentro como una de las mejores opciones en su segmento. Bueno, bonito y barato. ¡Qué más se le puede pedir!.
La ergonomía buscada en un arma larga de precisión es un aspecto a tener en cuenta en el proceso de simbiosis entre el tirador y el arma. La empuñadura original parecía no ser la mejor opción y hay otras más adecuadas.
Dado que los mecanismos de disparo son los que son y no puede actuarse mucho sobre ellos para adaptarlos más a un concepto Match, decidí mantenerla y la práctica me ha demostrado que opté por una solución intermedia que es óptima.
Lo que sí hice fue retirar la culata y reemplazarla por una Magpul que es similar a la originaria del MSG90 y se asemeja, en concepto, a la del PSG-1. Realizada en material plástico, añade como aspectos positivos una cantonera más amplia que es regulable y una carrillera que también puede adaptarse a la morfología del tirador. Son unas aportaciones que deben tenerse muy en cuenta para conseguir el mejor encare sobre el visor óptico, elemento imprescindible para lograr la configuración pretendida.
La fijación del mismo, en mi caso un Leupold Mark 4 de 3,5-10×40 LR/T M1, con retícula iluminada de intensidad variable, la hice recurriendo a una sólida base que se manufactura en Zaragoza y distribuye la armería Torres. Está muy bien resuelta y queda perfectamente fijada a la parte superior del cajón de mecanismos. Aunque no es barata, es un modelo muy elaborado en el que sólo echo de menos que no se haya preparado una versión más larga que permitiese acomodar distintas configuraciones de elementos de puntería.
Los seis elementos de fijación de la misma permiten situarla en su posición sin gran complejidad y sin que se mueva. Con sendas anillas de tipo táctico situé el visor y proyecto acabado.
La opción óptica seleccionada viene definida por el hecho de que opino que esa marca ofrece la mejor combinación del mercado si tenemos en cuenta el precio en origen y la calidad que tiene. El modelo en cuestión es similar al seleccionado por el United States Army para su más reciente fusil de precisión, el XM110 de Knight’s Manufacturing. Es un visor compacto, con bastantes aumentos, notable nitidez, muy buena entrada de luz y distintas opciones de retícula. Sólido, efectivo y versátil. Es lo que se requiere para la transformación buscada.
En esta variante, también opté por reemplazar la bocacha original por una que permitiese unas prestaciones que fueran más allá de reducir el fogonazo asociado a sus disparos. Un grupo de tiradores españoles han puesto a punto una, que puede verse en estas páginas, que se ofrece para distintos modelos de armas largas, incluso para el CETME. Es larga y con ocho aperturas deflectoras de los gases que, en la boca de fuego, acompañan al proyectil. Con su uso se reduce el retroceso que el hombro del tirador percibe al dispararlo y la relevación intrínseca a los modelos semiautomáticos, por lo que es un complemento más que interesante en aquellas transformaciones en las que la longitud total no sea un inconveniente. No he medido si, en realidad, lo que aporta es positivo respecto a la original, pero puedo dar fe que desde el punto de vista del atractivo visual añade un “look” que hace que el conjunto sea aún más impresionante, lo cual también debe tenerse en cuenta como aspecto positivo. Su precio es de unos 170 euros.
Otro aspecto a tener en cuenta, y que consideré en mi proyecto, fue el inherente al conjunto disparo, nada acorde con lo que tiene que ser normal en un modelo que busca conseguir las agrupaciones más precisas. Opciones, como la de reemplazar el cajetín de disparo original por uno semiautomático original de HK se me antojaba un poco fuera de lo que sería coherente. Recurrir a un armero, para que tratase de afinarlo no era una mala idea, aunque finalmente me decanté por verificar el comportamiento y suavidad del gatillo en una decena de fusiles, optando por aquel que, aparentemente, ofrecía unas mejores cualidades.
Tras ambos procesos quedaba lo más difícil. Evaluar sus prestaciones en condiciones similares a las reales. La disposición de los espacios donde realizamos nuestras prácticas de tiro los deportistas es la que es y tuvimos que adaptarnos a ellos para nuestras pruebas. Primero tuvo lugar un rodaje con la versión táctica. Situamos unos pocos cartuchos del .307 Winchester en su cargador para comprobar que, si se tiene un especial cuidado en su colocación, no se interrumpe en su secuencia de tiro semiautomática, incluso si alguna vez se realiza algún grupo de disparos con mayor rapidez. Con el visor de punto rojo era más que fácil encararlo a blancos situados a cincuenta metros, estando de pié. Los impactos quedaban bien agrupados en la zona negra de nuestros blancos, aunque sin que el resultado fuese excepcional. Decidimos entonces abrir el bípode y probar con un mejor apoyo, logrando mejores resultados. Esa solución la probamos a cien metros y tuve la satisfacción de comprobar que se mantenían similares prestaciones.
Tras esas pruebas, que incluyeron unos cien disparos en distintas posiciones y a diferentes distancias, llegaron las de la versión “sniper”. Como los cartuchos del .307 que se pueden encontrar son los que son, no preveíamos unos resultados óptimos. Su proyectil deformable, apto para actividades cinegéticas, no es lo más adecuado para lograr precisiones buenas. Así fue, sin salirnos de la zona del negro de un blanco de los usados en el tiro con arma corta a 25 metros, concentramos los disparos, disparándolo a una distancia de 100 metros, en un círculo de unos veinte centímetros de diámetro. Qué desilusión. Quedaba entonces optimizar la munición. Partiendo de las vainas originales, buscando una carga óptima de la pólvora y usando proyectiles de 168 grains HPBT, logramos poner a punto un cartucho bastante apto para el fin pretendido. Probamos distintas configuraciones para encontrar, en una que tenía una menor carga de pólvora, una opción que agrupaba de forma excelente, tal que pusimos un pequeño parche de color negro y disparamos cinco veces, alcanzándolo en todos nuestros intentos sin problemas.
Contentos con los resultados sólo restaba volver de nuevo al polígono de tiro, aunque intentaremos pasar por las instalaciones leridanas que tienen uno de doscientos metros.
Mientras esto sucede, he querido plasmar en estas páginas mis impresiones y experiencias personales en lo que es la transformación táctica y de precisión que puede lograrse partiendo del CETME C clásico.
Es una forma de entretenerse e ilusionarse que aconsejo a todos aquellos que la hayan encontrado atractiva. Es más, por distintos foros sé que no soy el único en haber procedido en está línea de transformación y que otros muchos también han preparado los suyos de una forma más o menos profunda. Sólo quedaría una asignatura pendiente que podía soslayarse en el Reglamento de Armas que se prepara ya. Sería la autorización a poseer armas semiautomáticas del .308 Winchester, pues en ese calibre se pueden encontrar cartuchos óptimos para distintos fines. Además, a muchos nos sigue pareciendo ilógico el que no se puedan autorizar las guías que se refieren al .223 Remington o al .308 Winchester en modelos semiautomáticos destinados al entorno civil. Es una limitación que parece anacrónica y que no tiene un sustento legal realista que aconseje que se siga manteniendo.
Acabaré estas páginas haciendo mención a una bolsa de transporte de armas largas que he adquirido recientemente. Fabricada en cordura, con opciones de color negro o en tono coyote y con anclajes tipo MOLLE (Modular, Lightweight Load-carrying Equipment), es una bolsa ligera, económica, resistente, fácil de transportar –varias asas y cinchas para colgarla a la espalda como si de una mochila se tratase– y extremadamente versátil. Esta última característica la consigue por tener sendas piezas que se ajustan entre sí, lo que permite adaptar su longitud a la del arma larga o armas –caben dos– que se sitúen en el interior. Además, para guardarla, se pliega convenientemente. Pero ya les contaré más de mi “Cetmemanía” •

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